La importancia del vínculo con el niño interno
Es martes por la mañana y Marta se levanta bien temprano. Quiere estar lista antes de que el Roc y Bruna empiecen a abrir los ojos para poder atender con calma y paciencia. Sabe, con la experiencia que le ha dado la crianza, que una adulta centrada es clave para que el ambiente se impregne de paz.
Ducha, café, responder algún mensaje, ordenar cuatro cosas y, si queda tiempo, avanzar unas páginas aquella novela tan apasionante que la tiene frepada. Pau, su compañero, descansa en la habitación, rascando un rato más de sueño. Hace turno de noche y no hace mucho que ha vuelto de la jornada laboral. También sabe que cuando los dos pequeños de la casa se levanten, a él se le habrá acabado la tregua durante un rato. Risas, aventuras, y algún que otro límite a tiempo serán su principal ocupación mientras prueba de vencer el impulso rabioso de volver a la cama.
La vida adulta es así. Las personas, cuando tenemos otros a cargo, nos debemos saber organizar, prever, planificar. Si lo hacemos así, generamos unos límites ordenados dentro de los cuales puede transcurrir el más inesperado. Si vivimos en el caos, la estructura que como adultas debemos poder construir, se esfuma como la niebla de otoño y dejamos de aportar claridad y, al mismo tiempo, seguridad.
Marta y Pau lo saben de largo. Demasiado rabietas mal gestionadas, gritos cargados de impotencia, nevera vacía un domingo por la noche, etc. La vida de familia que ya hace más de 5 años que llevan les ha sido la maestra más cruda y también la más eficaz. Ambos tienen la familia lejos y se saben responsables de cada pequeño detalle. Esta rutina ha sido la mejor aliada para compenetrarse en los momentos más duros: los ha aportado la solidez de aquellos que entienden a distancia, que se cuidan con los pequeños detalles y se hacen grandes en común.
Marta ya está lista. Hoy no ha podido arañar ningún segundo más para su novela de tintes prehistóricos. Bruna ya se queja en la cama y con un grito todavía adormilado la llama. "¡Mama!" Se siente desde la otra punta del pasillo. Con tres pasos largos se planta en la habitación y se acerca a dar la bienvenida al nuevo día de su hija mayor. Se estira a su lado mientras ésta se estira y se quita la primera legaña de la mañana. "Mama, ¿hoy comeremos crêppes para el desayuno?" Le suelta con medio ojo abierto todavía. Marta esconde una risa amorosa. Cómo puede ser que cada día le pida lo mismo? Hace casi 1 mes ya que volvieron del viaje en Francia, y desde entonces casi cada mañana Bruna le pide esto para el desayuno. No se cansa de insistir! Apunta maneras! - piensa Marta. Bruna ya no espera la respuesta, hace dos vueltas y salta de la cama con la agilidad de la gamuza que salta de una piedra a otro. Con la sacudida el Roc se desvela, abre los ojos y los cruza con los de su madre que aún no ha tenido ni tiempo para mover un solo dedo.
Las mañanas así son una reafirmación constante de la joya de la maternidad. Cuando los astros conspiran para poder estar allí en el preciso instante que los niños abren los ojos y así retener las chispas del sueños que los han inundado la noche, Marta se siente custodiando de un precioso legado. Hay que decir sin embargo, que muchas mañanas no son tanto bucólicos y que, más a menudo que menos, la falta de tiempo, de planificación, el exceso de cargas pesadas del día a día, apresto y animan unos ritmos infantiles que piden más pausa. El ritmo de los adultos no es compatible con el de los niños. Vivimos en una sociedad que se mueve al tempo que marcan la producción y el consumo. Time is money babe. Y en esta melodía de compás acelerado, los niños deben encajar por pertenecer, para poder sentirse bien-mirados; básicamente porque no les queda más remedio!
¿Te imaginas cómo sería nuestra vida si dejáramos que otro ritmo nos dibujara los pasos?
¿Cómo sería poder reconectar con nuestros niños internos y bailar desde aquí más a menudo?
Marta y Pablo saben de qué hablo. Han tenido que derribar muchos muros de cimientos profundos que venían de lejos; paredes gruesas que los marcaban patrones donde el adulto siempre tenía razón; espigones de hormigón que no dejaban que el agua de las emociones los bañara los pies. Su camino es como el de muchas otras familias que, un buen día, a base de decepciones, frustraciones, esfuerzos constantes y llantos escondidos, decidieron escuchar más el corazón y encontrar nuevos caminos para vincularse con sus niños: los internos y los externos.
Poder establecer un puente con nuestro niño interno nos permite hablar un idioma más cercano a nuestros hijos e hijas. Si sólo nos quedamos con la rutina feroz del día a día corremos el riesgo de ser arrastradas hacia las profundidades de un patrón gris que nos transforma en compradoras del tiempo y constructoras de estatuas rígidas y frías. Como Marta y el Pau, los límites adultos y rutinarios nos han de poder orientar hacia una estructura necesaria y flexible; sería el paralelismo zen del famoso "be water my friend"; poder fluir sin perder de vista hacia dónde vamos. Esta dirección sirve de faro y guía a nuestros hijos e hijas; los orienta en la tormenta y les abre la posibilidad de poder utilizar este recurso en su etapa adulta.
Marta ya está en la cocina con los dos niños. Bruna se pela una mandarina y Roc pasea por el espacio e intenta subirse a la torre de aprendizaje para acercarse a su hermana mayor. Mientras abre la nevera para coger el tupper preparado para la escuela, Bruna, cansada que Roc intente cogerle la parte de la mandarina que ha pelado, alarga la mano y le pica en el brazo a su hermano. "Para burro!" - le suelta toda enfadada. "Ya empezamos", piensa Marta. Roc llora y la busca con la mirada. "Hoy no, por favor, que tenemos que salir temprano!" Se sigue diciendo internamente. Justamente hoy deben poder ser más puntuales que de costumbre para poder llegar a la reunión que tiene con una nueva propuesta de trabajo. La ilusiona muchísimo! Hace tanto tiempo que no se ha dedicado a ella misma en lo laboral que no quiere dejar pasar esta oportunidad de colaborar en este proyecto tan interesante. Cierra la nevera sin los tuppers y se acerca a mediar este conflicto. Hace casi tres años que tiene dos niños y no le ha sido nada fácil sostener el nuevo formato familiar al inicio. Si, el amor se multiplica ..... pero los brazos se dividen! Han aprendido los dos, y ahora todo es menos montaña.
Bruna no quiere saber nada de hablar con Roc y explicarle con palabras -y no con golpes- que no quiere que le coma la mandarina que, celosa, se reserva para ella. Y Roc, enfatiza el dolor que le provoca que su hermana, la niña de sus ojos, la siga rechazando de forma tanto brusca a veces. Marta lo intenta, se agacha, habla con calma, pero no puede evitar que las prisas le tiñan el discurso y acaben impregnando su respiración. Buna lo nota, marcha corriendo y Roc llora más fuerte. Con todo este desbarajuste Pau no sabe si ponerse un tercer cojín encima de la cabeza para amortiguar la ducha de realidad, o levantarse a echar una mano a la familia. Las mañanas son de ella y las noches son suyas. Así lo han organizado, aunque la complicidad y la estima alteran los acuerdos en beneficio del conjunto.
Pau sale de la habitación para toparse con una Bruna veloz como el viento. El golpe es leve, pero se siente atrapada en su fuga y decide que el llanto puede apaciguar la consecuencia. Llantos, más llantos, mocos, gritos, rabietas justificadas -de pequeños y los grandes! -; y la mañana bucólico transformado en un tsunami con olor a mandarina.
Marta llega con Roc en el cuello y se encuentran las cuatro en el pasillo. Los adultos se miran y en ese fugaz instante, toda el arsenal de soluciones se activa. Tienen dos objetivos inamovibles, diferentes ya la vez compatibles: uno volver a la cama, y la otra salió puntual de casa. El estado de la cuestión es cómo alcanzarlos de una manera coherente con sus principios. Aquellos milisegundos de pupilas dilatadas bastan para comprender qué camino deben seguir. Pau se sienta en el suelo todavía dormido, y con un tacto amoroso abraza a Bruna mientras le susurra al oído el mantra que ella anhela escuchar: "Buenos días preciosa. Te quiero muchísimo ". Bruna afloja de una manera imperceptible a los ojos poco entrenados. "Parece que hoy ibas muy rápido por el pasillo y has tropezado con un gigante dormido!" La risa que dibuja en los labios mientras pronuncia las palabras es suficiente para que el mensaje se endulza. ¿Cuántas veces le hubiera gustado sentir esta brisa cuando era pequeño; captar este amor en forma de palabras, de caricias, de presencia. Las prisas son malas aliadas cuando lo que se quiere construir debe ser firme y perenne. En su casa demasiadas y el negocio familiar no permitía hacerlo diferente. A Pau, revisar su historia personal, le ha ayudado a comprender que hay otra manera de acompañar a los niños y - conectando con su propio niño interno - ha aprendido a dejar que este le hable y tome la iniciativa en situaciones que requieren de una atención especial que sólo esta parte le sabe aportar. Bruna llora un rato más sabiendo que se queda con paz.
Marta abraza fuerte a Roc y recuerda los tirones de pelo que le espetaba a su hermano pequeño. Nunca nadie le creyó y se le quedó el "llorón" de la familia. Ella era demasiado buena como para poder hacer algo malo, le decían. Los llantos de Roc la vuelven al pasillo y al contacto frío de pisar un suelo de invierno sin zapatillas. Si, tal vez Roc exagera un poco, piensa, y qué? - se llama al instante. Ha aprendido a leer que a más llanto, más dosis de amor y afecto, aunque la expresión del dolor o el enojo sea desmedida por la situación vivida. Realmente, quién es ella para decidir la magnitud de la tragedia? - se preguntó más de una vez. Cada niño busca su cuidado por un camino concreto, y es responsabilidad de los adultos que podamos recordar el lenguaje de las necesidades primarias para curar las heridas - físicas y emocionales - que a menudo vienen expresadas de maneras muy complejas. Marta sabe que hay una parte suya que comprende a Roc, que le recuerda constantemente el camino del amor y de la calma, de la mirada limpia y presente, de los abrazos con aroma de mañana. Roc afloja y coge la mano de su niña interna. Inconscientemente agradecen el encuentro mutuamente.
Poder relacionarnos con los niños desde esta parte nuestra tanto sabia, nos devuelve a los orígenes y posibilita que la distancia que se genera - de manera inevitable - con ellas y ellos, sea sólo fruto del conocimiento que, como personas adultas, hemos ido construyendo a lo largo de nuestro camino vital. Reencontrar la inocencia de nuestros niños internos es una gran herramienta para poder mirar a nuestros hijos e hijas como personas, eludiendo el mensaje limitante de que nosotros somos superiores. Cuando dos niños se dan la mano y se miran a los ojos, el amor se transforma en magia y juntas, detienen el mundo.
Elisenda Pascual