Cuando pensamos en la palabra “límites”, a menudo nos imaginamos todas aquellas cosas que para nosotrxs han sido los límites a lo largo de nuestra crianza y posterior desarrollo. Cuando hablo de este tema en charlas de familias, en talleres o en las sesiones de acompañamiento familiar, me encuentro con toda una serie de adjetivos que acompañan este concepto. A grandes rasgos, y para resumir, los podría dividir en tres grandes bloques:
- Están aquellas personas a quienes los límites que les pusieron, les parecían coherentes, adecuados, comprensibles y amorosos. Estas son personas que, por lo general, no presentan demasiada problemática con el concepto “límite” y también -debe ser por este mismo motivo- son las que menos me encuentro en mis actividades profesionales. Cuando si me las encuentro, observo que su forma de vincularse con los límites -propios y ajenos- es sana, ordenada y, aunque no siempre fácil y clara, acaban manifestando sus necesidades. Sus límites son coherentes con lo que piensan y lo que a menudo cuesta es, precisamente, transformar su pensamiento en temas de crianza cuando éste no cuida la necesidad auténtica de su criatura.
- Por otro lado, están aquellas personas que cuando les pregunto acerca de los límites en su infancia, me responden que no los recuerdan, que “básicamente, no había”. No acostumbran a tener memoria de los límites; ni de los amorosos, ni de los que no lo eran. A veces me comparten que, en etapa adolescente, eran lxs típicxs que nunca tenían hora de vuelta a casa, o que siempre podían hacer lo que querían. Sentían que sus mapadres no sufrían por lo que les pudiera pasar y, aunque algunxs sienten que era por una confianza casi adulta (que también es desordenada en según que etapas) que les tenían, la mayoría llega a conectar con una sensación de abandono en alguna de sus etapas del desarrollo. Lo que lxs sus amigxs valoraban como “libertad”, para ellxs era más bien ausencia de estructura y seguridad. Para estas personas, relacionarse con los límites puede ser bastante torpe (dicho con mucho amor y mimo) en el sentido que, al no haber tenido que gestionarse con ellos en las etapas más estructurales de su personalidad, sus conceptos de libertad y libertinaje están mezclados y confundidos.
- En último lugar, he querido colocar el grupo más numeroso con el que me encuentro en mis actividades profesionales: son aquellas personas que cuando les pregunto acerca de su memoria de los límites que recibieron, me miran fijamente, suspiran, levantan una -o las dos- cejas y empiezan a adjetivar los límites con palabras tipo: autoritarios, incoherentes, duros, rígidos, gritos, zapatilla, “porqué yo lo digo”, “porqué yo lo digo, ¡y punto!”, etc. Este tipo de personas han vinculado los límites con un concepto totalitario, sin lógica alguna e inesperables. En estos casos -que ya os digo son la mayoría con los que me encuentro- es muy importante volver a esos momentos donde, como niñxs, recibimos este tipo de “límite-castigo” para poder, de alguna manera, reescribir nuestra historia. Comprender que quienes nos enseñaron este tipo de límites podían no tener otros recursos para gestionar ciertas situaciones, ayuda en el camino de reconstrucción del concepto límite para la crianza de nuestrxs hijxs.
Fijaros en estos tres grandes grupos. No tengo un estudio hecho, aunque sería maravilloso poder observar como las diferencias sociales, culturales e históricas de cada lugar del mundo influyen en el concepto de “límites” dentro de la crianza.
¿En cuál de ellos te sientes identificadx? ¿Cómo fueron los límites en tu infancia?
No es lo mismo un territorio acechado por violencia, inseguridad y guerra, que otro con un clima de confianza, paz y seguridad. De todas formas, lo que me gustaría compartiros es, una vez asumido cuál ha sido nuestro tipo de crianza y con que grupo nos sentimos más identificadxs, que tengamos en cuenta la forma de gestionar los límites con nuestrxs hijos. Existen, de nuevo, tres posibles caminos a tomar:
- El primero de todos es aquél que, sea porqué no somos conscientes de ello, porqué nunca nos hemos parado a reflexionar sobre el tema, o porqué estamos totalmente de acuerdo con lo que hemos recibido en nuestra crianza, reproducimos fielmente el modelo adquirido. Es decir, que hacemos lo mismo que nos hicieron. Sin filtrar, ni cuestionarnos otras vías, ni si nuestrxs hijxs realmente necesitan este tipo de acompañamiento.
- En el segundo caso, y probablemente debido a un gran enfado con lo recibido en nuestro proceso de crecimiento (ya sea por ausencia de límites, o por límites en exceso y rígidos) tendemos a colocarnos en el extremo opuesto a lo que nos hicieron. Por lo tanto, las personas que reaccionan así y no han tenido límites, si sienten enfado y queja acerca de esta vivencia, tal vez se extremicen con los límites y tiendan a ponerlos de forma demasiado rígida o constante. Por el otro lado, aquellas personas que recibieron límites excesivos, autoritarios y sin lógica, pueden flexibilizarse con sus criaturas por no querer que “sufran” lo mismo y acabar siendo demasiado tolerantes, libertinos y ausentes en su estructura adulta.
- El último de los caminos es aquél que requiere de más presencia, esfuerzo y madurez. Consiste en poner encima de la mesa nuestra propia historia para poder abrazarla sin recriminaciones. Haciendo eco de nuestra templanza, podremos darnos cuenta de cuáles han sido nuestros patrones para poder, así, transformarlos en aquello que nuestrxs hijxs necsiten. A veces puede ser más parecido a lo que tuvimos, otras, puede tender hacia el otro extremo. Lo que si que es cierto es que repitiendo o polarizando lo que nosotrxs recibimos de nuestrxs mapadres sólo va a ayudar a perpetuar el dolor que sentimos. Si queremos conseguir nuevos resultados con los límites, debemos poder usar nuevos recursos. Y para esto, muy a menudo, se necesita de un buen acompañamiento que nos refleje aquello en lo que nos seguimos encallando o no vemos.
Y tú, ¿de qué forma tiendes a reaccionar?
¿Dónde te encallas más con tus límites?
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¿Cuándo? MARTES 22 de ENERO DE 21H A 22H
Te veo pronto y feliz crianza,
Elisenda Pascual