Hoy Julia y Gina han encontrado su momento de intimidad con el juego simbólico. Un juego rico, lleno de encuentros, complicidades y riqueza compartida.
Historias de verdad, momentos únicos, espontáneos, emociones compartidas, sorpresas placenteras.
Cuando la magia de lo cotidiano, la profundidad de cada instante, la alegría de vivir, el orden del caos aparente, es la posibilidad de los posibles.
Historias que nos atrapan, que pueden emocionarnos, historias esperadas, historias imprevistas que se nos presentan repentinamente.
Julia- Gina, ¿cogemos las muñecas y jugamos?
Gina- ¡Si! Les preparamos la cama para que descansen, seguramente estarán muy cansadas.
Julia- Vale. Las cuidaremos como nos cuida a nosotros mamá. Y papá.
Gina- Si, yo le doy un biberón.
Julia- También debemos prepararles comida.
Gina- De acuerdo
Júlia- Ahora las tendremos que pasear y que duerman.
Jugar a hacer de padre o madre, responder responsablemente a la hora de vestir, alimentar y cuidar al bebé son acciones que se repiten continuamente en el juego de los niños.
Hoy han encontrado el interés de curar a los demás, de mimarlos, de darles calor, de mimarlos…todo lo que a veces alguien ha hecho por nosotros y que tanto nos ha gustado, queda impregnado en el esencia de cada niño, y con ternura y cuidado lo transmiten a su entorno.
Otras veces, ocurre que prefieren cuidarse a sí mismos y sentir ese placer, el placer de sentirse cuidado que seguramente ya han sentido alguna vez y que quieren volver a sentir.
Un espacio de experiencias, de vivencias, en el que confluimos con los niños. Un espacio y un tiempo respetuosos con el crecimiento y la infancia, donde sea posible hacer, decir y conocer. Un gran laboratorio donde se hacen las cosas que se saben pero sobre todo se aprenden las que no se saben.
Prestar atención al juego espontáneo de los niños, valorarlo, maravillarnos, participar, ayudarle a evolucionar, es ir a favor de una educación abierta a la vida, a la creatividad y al desarrollo de todo el potencial de la persona.
Si pudiera influir sobre el hada buena que, según dicen, reina en los bautizos de todos los niños, le pediría que le diera a cada uno de ellos un sentido de maravilla tan inquebrantable que le durase toda la vida, como antídoto infalible contra el aburrimiento y el desencanto de los años siguientes, contra la alineación de las fuentes de nuestra fuerza. Para que un niño, sin ese don de parte de las hadas, pueda mantener intacto su sentido de maravilla, necesita la compañía de al menos un adulto capaz de compartir ese sentido, capaz de reencontrar con él la alegría, el hechizo y el misterio del mundo en el que vivimos. El jardín de los secretos. Penny Richter
Laura Casadó
Terapeuta Gestalt y maestra