La psicología sistémica sugiere que cada miembro de la familia tiene un sitio dentro del sistema familiar. Cuando los hijos sentimos que no cumplimos con las expectativas familiares o que no encajamos dentro de los roles establecidos, la culpa aparece como respuesta a esta tensión interna.
En términos sistémicos la culpa hacia la familia se relaciona con el concepto de “lealtad invisible”, una especie de compromiso no verbalizado que los hijos sentimos hacia los padres. Este tipo de lealtad nos lleva a sentir culpa cuando escogemos caminos distintos o cuando decidimos alejarnos de los valores o expectativas de nuestra familia de origen.
Quizás te puedes sentir identificada en alguna de estas 3 culpas que ahora te plantearé. Si es así, al final del artículo te propondré cómo reinterpretar la culpa para transformarla en “buena culpa” o, como a mí me gusta llamarla: en “buena-mala conciencia”
1. Culpa de ingratitud o deuda emocional
Este tipo de culpa surge cuando los hijos sentimos que debemos retribuir a los padres por el esfuerzo, el tiempo y los recursos que invirtieron en nosotros. A menudo aparece cuando los padres verbalizaron deliberadamente frases como “llegaste en el peor momento de nuestras vidas”; "tuve que renunciar a muchas cosas cuando naciste". Los hijos sentimos que los padres dedicaron gran parte de su vida a nuestro bienestar, y que nunca les podremos devolver suficientemente.
2. Culpa por lealtad familiar
La culpa por lealtad surge cuando sentimos que nuestro bienestar o éxito en la vida contradice la historia de sacrificio y esfuerzo de nuestros padres. Es como si nuestra felicidad estuviera diciéndoles: "yo he podido vivir una buena vida y vosotros no". Este tipo de culpa es común en familias en las que ha habido dificultades económicas o sacrificios para ofrecer oportunidades a los hijos.
3. Culpa por no cumplir expectativas
La culpa también puede surgir cuando los hijos empezamos a distanciarnos emocionalmente o establecemos límites para proteger nuestro propio bienestar. Esto puede interpretarse como una traición o rechazo hacia las expectativas familiares, generando un conflicto interno entre la necesidad de autonomía propia y la lealtad hacia la familia.
¿CÓMO ATENDER LOS TIPOS DE CULPA DESDE LA PSICOLOGÍA SISTÉMICA?
La culpa hacia los padres es una reacción muy común para la psicología sistémica, y entenderla es clave para el crecimiento emocional. Detectarnos y reconocernos como “traficantes de culpa” permite liberarnos y avanzar hacia la construcción de relaciones más genuinas. La psicología sistémica ofrece caminos para comprender y reelaborar emocionalmente los patrones familiares.
Uno de estos caminos es entender la "buena culpa".
La Buena Culpa
La buena culpa, en términos de la psicología sistémica, es la que cumple una función de autonomía y autenticidad individual. Se despliega cuando sentimos que hemos actuado de forma que está alineada con nuestros propios valores, aunque no con los de la familia.
Para diferenciar entre la buena y la mala culpa, es vital que reconozcamos nuestros propios valores y aprendamos a distinguir entre nuestros deseos personales y las expectativas familiares. Esto nos permite identificar cuando la culpa es una señal válida de responsabilidad conmigo misma (buena culpa) y cuándo se debe a presiones externas que no corresponden con mis verdaderos deseos (mala culpa).
¿Qué puede ayudarnos a entender la “buena culpa” ?:
1. Reestructuración sistémica
Entender que los padres tomaron sus propias decisiones como adultos responsables de sí mismos y haciendo uso de su propia voluntad. Esto nos permite a los hijos liberarnos de la carga de compensar cada sacrificio y recolocarnos dentro del sistema familiar en nuestro verdadero sitio de hijos (sólo somos los pequeños)
2. Romper la lealtad invisible
Entender los patrones de sacrificio de nuestros padres sin cargarlos encima o verlos como una deuda a pagar. Entender que cada generación tiene su propio camino es esencial para que los hijos podamos vivir de acuerdo con nuestros deseos y potenciales, sin sentirnos responsables por querer “arreglar” la historia familiar o “salirnos de la narrativa”. Tener una buena vida nunca debería de ser un problema con el que sentirnos culpables, sino un regalo de abundancia que ofrecemos en el sistema familiar.
Distinguir entre la buena culpa y la mala culpa es clave para el despliegue genuino de la propia vida. La buena culpa dice "Sí" a la Vida, mientras que la mala culpa la paraliza y la impide. Para mí, el trabajo con la culpa tiene la magnitud de un ritual iniciático: sólo en el momento en el que nos permitimos atravesar la puerta de la “buena culpa” y sostener la incomodidad de no estar cumpliendo con las expectativas que tenían de nosotros, ya la vez seguir nuestro rumbo interno, es cuando verdaderamente nos convertimos en Adultos con letras mayúsculas.
Elisenda Roig Solé
Psicóloga Sistémica y Humanista
Especializada en Vínculos Familiares y en Crianza Respetuosa