Las etapas
del desarrollo infantil

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30 de septiembre de 2014

CUESTIONES DE GÉNERO


*A diferencia de la mayoría de mis publicaciones, el artículo previo al post que te comparto no está colgado en castellano. Si deseas que te lo mande, házmelo saber: elisenda@acompanyamentfamiliar.com

El gènere és un constructe social i cultural. Quan confonem gènere amb fenotip (conjunt de caràcters visibles que un organisme presenta com a resultat de la interacció entre el seu genotip i l’ambient) estem postergant un món sexista per als nostres infants i per a nosaltres mateixes com a persones adultes.

Naixem amb un cos particular, propi, únic i diferent de la resta de cossos. Com pot ser que en funció de tanta variabilitat orgànica ens agrupem, de manera reduccionista -al meu entendre-, en tan sols dos tipus de gèneres? I és aquest tall sexista, el que crea ambigüitat en cossos amb una definició no ortodoxa, amb el consequent patiment i malestar de l’emocionalitat de les persones que ho viuen.

Sabeu que hi ha països on s’accepta de forma natural i fins i tot reconeguda, l’existència de persones que agrupen característiques masculines i femenines, i que no són classificables com a home o dona: és el tercer gènere. Així, cultures indígenes com algunes tribus d’indis nord-americans (reconeixen les figures “dos esperits”, que acostumen a tenir el rol de sanador@ i adivin@s), a l’Índia hi ha la figura dels hijra, a Thailandia els lady boys, etc.

En la nostra cultura, o ets dona o ets home. O et sents femenina o et sents masculina. Sembla que cada persona ha d’escollir o l’una o l’altre categoria per a poder encabir en el sistema cultural al qual pertany, per situar-se socialment i sentir-se definida en el sí de la seva cultura. Com diu Focault “per a ser reconeguts com a humans, hem de seguir les normes que estableix el gènere”. Però, qui defineix el gènere?

Dins el món de l’acompanyament respectuós, així com posem émfasi en la manera com parlem als infants, com els hi posem els límits amb amor i respecte, com els alimentem, com respectem els seus propis processos de Vida, caldria parar-se a reflexionar fins a quin punt les persones adultes estem “lliures” de tot el condicionament de gènere en el nostre acompanyament en el dia a dia; fins on som capaces d’obrir la mirada i DES-aprendre tot allò que tenim introjectat per la nostra herència familiar o social (ja no dir la cultural) i sentir no ja que acompanyen nens i nenes, sinó que acompanyem persones amb la possibilitat d’expressar-se des d’un vast amalagama de comportaments, emocions, tendències i estètica, sense per això ser classificad@s dins el règim dual de dona o home.

Quin gènere utilitzem en la nostra parla? quins atributs fem servir davant del que classifiquem com a nena? i com a nen? són diferents? són sexistes? 

Ens permetem com a persones adultes experimentar amb la nostra manera de definir-nos? sentim que estem limitades per uns atributs que ens venen donats per la nostra definició fenotípica? quines actituds/accions/emocions no em permeto perquè no són acceptades pel tipus de gènere que sento que em defineix?

És un tema complex i llarg. És un bon moment per començar a refelxionar-hi.

Us deixo aquí sota un exemple en primera persona sobre aquest tema tant controvertit. La font és d’un diari electrònic, el Huffington Post. 

També recomano fermament la lectura d’un llibre on s’explica, amb claredat, rapidesa i senzillesa, el tema del gènere. “Dibuixant el gènere“, Edicions 96.

Com diu Judith Butler, “el gènere és un ideal que mai podem aconseguir habitar del tot”. 

Cuando las normas de género no surtieron efecto en mi hija

Le corté el pelo muy corto a mi hija de tres años. Me lo había pedido específicamente: “¿Me puedes cortar el pelo como a un chico, muy, muy corto?”. Al principio se lo corté a tazón. Luego se lo corté más. Al final, me volvió a pedir que se lo cortara más, y ya me dije a mí misma, “¿por qué estoy intentando evitarlo?”. Así que saqué la maquinilla.

¿Por qué tuve que esperar a que me lo pidiese tres veces? Porque esta cultura todavía es muy binaria en lo que a los sexos se refiere, y sobre todo durante la infancia. No soy inmune a mi cultura, y temía las reacciones de los demás. 

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Cuando estaba en el quinto mes de mi primer embarazo, todo el mundo quería saber si iba a ser niño o niña. Cuando yo les respondía que sería una sorpresa, a nadie le gustaba mi contestación. “¡Entonces nadie va a saber qué comprarle!”. ¿De rosa o de azul? ¿Una muñeca o un cachorrito? ¿Mariposas o tractores? Estas conversaciones me molestaban mucho. Tengo un pie en el bazo, tengo incontinencia, ¿y tú me estás preguntando si rosa o azul? 

Sin siquiera saber el sexo del bebé, la gente ya empezaba a hablar de lo diferentes que son los chicos de las chicas. Los chicos son tan intrépidos y atrevidos. Las chicas son tan dulces y atentas. Muchas de esas personas habían pasado por la universidad, donde seguro que en alguna clase les habían explicado los prejuicios sociales de género. Una madre lesbiana describió a su hijo como “todo chico”. ¿Qué significa eso? No es que tenga en mejor estima a los gays por su definición de los roles chico-chica, pero esto demuestra lo profundas que son las percepciones de lo masculino y lo femenino en esta cultura. < ¿De dónde procede la afirmación de que los chicos y las chicas se comportan de una forma inherente a su sexo? Socializan de forma diferente y quizás utilizan diferentes modos de relacionarse, pero sobre todo cuando se hacen mayores y estas expectativas se hacen más rígidas. Aun así, ¿estas diferencias son tan marcadas como dicen los padres? Lo cierto es que muchos de los padres que aseguraban que los chicos y las chicas eran "tan diferentes" basaban esta suposición en su experiencia incontrolada de (sus propios) hijos. Los juguetes son un claro ejemplo de que los estereotipos de género empiezan a promoverse desde la más tierna infancia. Ya durante mi embarazo me prometí que a mis hijas les daría fuerza, y a mis hijos sensibilidad. Al final, tuvimos dos hijas. Cuando nació la pequeña, le dije a mi marido en broma: “¿Quién sabe? No sabremos su verdadero sexo hasta que ella misma nos lo diga”.

No he dejado abierta la cuestión del género, como la familia canadiense que no contó al mundo el sexo de su hijo, pero admiro esta actitud y esfuerzo. Intenté dejar abierta la puerta a una orientación sexual alternativa. Durante los tres primeros años de vida de mi hija mayor, le decía: “Shea, cuando tengas novio o novia…”, hasta que al final, con cuatro años me corrigió y me dijo: “Mamá, me voy a casar con un chico, así que ya puedes dejar de decir eso. No quiero casarme con una chica”. Perfecto. 

Cuando mi hija pequeña empezó a señalar fotos de niños pequeños y a decir: “Soy yo”, me sorprendió. Al principio, la corregía. “Tú eres una niña, pero puedes fingir ser este chico si quieres”. Luego, después de discutirlo, decidimos aceptarlo. Dejamos de corregirla, aunque no cambié los pronombres ni tiré los vestidos y los pantalones rosas que había heredado de su hermana. 

Si había alguien dispuesto a tener un hijo transexual, esos éramos nosotros. Cuando llegara el momento, cambiaríamos los pronombres. Cuando estuviera preparada, dejaríamos que comenzara una terapia de hormonas. Refinanciaríamos la casa para pagarle la cirugía. Haríamos cualquier cosa para asegurarnos de que la transición fluía sin problemas. 

Para cortarle el pelo a Phoebe con maquinilla, utilicé un tutorial de YouTube. Le dejé más larga la parte de arriba, al estilo skater. La diferencia era sorprendente. Parecía un chico de verdad. Después del corte de pelo, sentí una especie de pérdida en la percepción femenina que tenía de mi hija. Sentí miedo al pensar en cómo la tratarían. Mi hija va a una escuela de Montessori llena de gente abierta en términos de empatía y de rechazo hacia los estereotipos culturales, pero dentro de dos años iría al colegio público. ¿Y entonces qué?

Dicho esto, estaba adorable con ese corte de pelo. Justo al día siguiente, se puso su vestido favorito. Y unos días después, Shea recalcó que su hermana ya no parecía la misma que en las fotos anteriores. “Ahora me parece rara en las fotos con el pelo largo”, dijo. “Me gusta más con el pelo corto”. Y a Phoebe también. Sobre todo porque no tenía que desenredarse el pelo.

Algunos desconocidos hacían comentarios como: “¿Y por qué lleva el pelo tan corto? ¿Se lo ha cortado su hermana o es que tenía piojos?”. Yo encogía los hombros y respondía: “Es que ella lo quería así. Y a nosotros nos encanta”. Una persona en la piscina me preguntó que por qué mi hijo llevaba un bañador de chica. Entiendo la curiosidad de la gente, pero ese tipo de preguntas iban en la dirección de: si tu hijo se sale de las normas, prepárate para explicar el porqué.

El otro día, cuando íbamos en coche, Phoebe nos dijo que ya no quería llevar ropa de “chicas”. Le pregunté que qué tipo de ropa le gustaba y qué camisetas quería llevar.

“Las de chico”.

“¿Cómo es una camiseta de chico?”.

“Azul. Negra. Con coches, o dinosaurios o tiburones”.

“Así que quieres una camiseta con coches o dinosaurios. ¡O incluso con un tiburón!”.

“¡Sí, una azul!”.

Esa semana, fuimos a una tienda de segunda mano. La ropa para niños y niñas estaba en el mismo estante. Cogió una camiseta marrón y otra gris que llevaba escrito 1965 Mustang en rojo, y unos pantalones caqui “como los de papá”. No podía estar más feliz.

¿Qué habría ocurrido si nos hubiésemos creído la idea de que los chicos y las chicas son tan diferentes? Como dijo la directora de la escuela de mi hija: “es más efectivo resaltar nuestras semejanzas. En vez de poner a la gente en esquinas separadas, nos mete a todos en la misma comunidad”. También nos sugirió que cuando Phoebe afirmara que es un chico, le dijéramos: “Sí, y todos somos humanos”. Qué idea tan radical. < ¿Y qué pasaría si en vez de describir a nuestros hijos como muy chicote o muy femenina, habláramos de lo mucho que les gusta hacerse cargo de sus responsabilidades? O de lo mucho que les gusta pintar, nadar y hacer picnics en el parque; de las horas que pasan bañándose, de lo que les encanta conocer el funcionamiento de las cosas; de lo que les gusta ser el centro de atención, o del tiempo que se toman para conocer a alguien. En vez de trillar los mismos estereotipos sobre cómo son los chicos y las chicas, podríamos hablar sobre lo que nuestros hijos hacen, sobre cómo se mueven en el mundo. Podríamos hablar de lo humanos que son, y de lo genial que resulta ser partícipes de ello.

Traducción de Marina Velasco Serrano

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