– L’empremta dels primers anys de vida –
Las primeras relaciones afectivas son cruciales para el desarrollo y la socialización de la persona. El ser humano nace profundamente inmaduro y frágil y la familia constituye el sostén que ofrece protección, apoyo y ayuda. Es en este espacio físico, emocional y simbólico que el/la bebé puede ir madurando y tomando conciencia de sí mismo/a y del mundo que lo rodea.
La experiencia de un vínculo seguro es una sensación de confort y bienestar que se obtiene a partir de la relación con la figura de afecto y protección y tiene continuidad a lo largo de la vida, de forma que constituye la base de las futuras relaciones.
Los niños y las niñas adoptados/as, en la mayoría de los casos, han tenido carencias significativas en este ámbito. Això és perquè no s’ha produït el desenvolupament natural del mecanisme de vinculació a causa dels nombrosos talls a l’establiment d’aquestes relacions emocionals primerenques. Además, las posibles experiencias adversas vividas al inicio de sus vidas (maltrato, abandono, institucionalización prolongada, deprivación, malnutrición, falta de cuidados médicos, abusos o negligencias, entre otras) constituyen situaciones estresantes y de alto riesgo. De este modo, muchos de estos/as niños/as tienen dificultades para adquirir una base de seguridad, dado que esta se desarrolla a partir de la satisfacción de las necesidades básicas, la calidad y continuidad de las relaciones tempranas y la estabilidad del entorno, aspectos que se han visto gravemente comprometidos en su caso.
– La confluencia de dos historias –
La ansiedad por separación, el temor a la pérdida, el recelo ante las personas desconocidas y el miedo a establecer relaciones emocionales íntimas pueden estar presentes a lo largo de la vida de muchos/as adoptados/as, debido a que han sido sus primeras experiencias y han dejado rastro. Así mismo, las continuas demandas de afecto –que a veces pueden llegar a ser invasivas–, las conductas de acumulación de cosas (comida, juguetes, dinero, etc.), la indiscriminación afectiva, el escaso contacto ocular, las agresiones, el aislamiento, las dificultades para aceptar las contrariedades o los errores, el miedo de ser regañado/a, la presencia de pesadillas nocturnas, la ansiedad continua, etc. pueden ser igualmente manifestaciones de dificultades en el adecuado establecimiento del vínculo afectivo.
Por su parte, las madres y los padres adoptivos inician la relación emocional su hijo/a recién llegado/a en un contexto de fuerte deseo de ma/parentalidad, ilusión y entrega. De hecho, el/la menor ya está presente en su mente antes de la llegada al hogar, del mismo modo que durante la gestación se abre un espacio mental y físico al hijo/a todavía por llegar. A la vez, todos estos sentimientos irán a menudo acompañados de inseguridad, dudas y miedos; vivencias normales y naturales, las cuales dependerán en gran medida de las características e historia de la propia persona, y estarán también moduladas por el conocimiento y mirada hacia la adopción. Las madres y los padres adoptivos suelen llegar a la adopción con sus propias mochilas que en ocasiones incluyen infertilidad, sentimientos de culpa, estigma…
– Familia adoptiva y vinculación afectiva –
Con el inicio de la convivencia confluyen ambos caminos vitales y empieza la formación del nuevo sistema familiar. El proceso de vinculación es siempre de doble dirección: de los ma/padres adoptivos al niño/a adoptado/a y viceversa. Igualmente, conviene tener presente que en la co-construcción del vínculo es necesario todo un periodo de adaptación y conocimiento mutuo que requiere de tiempo y presencia.
Para el/la menor, la adopción y la vivencia de nuevas experiencias positivas en el seno de la familia adoptiva pone en funcionamiento una serie de mecanismos de protección capaces de amortiguar el impacto de la adversidad inicial y redirigir hacia la adecuación una trayectoria evolutiva previamente amenazada. En este proceso de cambio y acoplamiento, la posibilidad de vinculación y reparación pasa por la experiencia de confianza básica, que se genera a partir del ejercicio de las funciones parentales en términos de calidez, contención, sensibilidad, flexibilidad, apoyo incondicional y dedicación.
La resiliencia individual y familiar ―entendida como la capacidad para tolerar la ambigüedad y la incertidumbre, mantener unas expectativas realistas y esperanzadoras, afrontar los desafíos cambiantes, movilizar los recursos necesarios, elaborar las pérdidas y dotar de sentido las experiencias― es lo que explica el éxito del proceso adoptivo y la consolidación de la filiación adoptiva.
Marta Reinoso Bernuz, psicóloga perinatal, infantil i familiar. Miembro del equipo de Acompanyament Familiar.
Coautora del libro: Per fi junts! Parlem d’adopció
Tesis doctoral: Ajuste psicosocial y vivencia de la adopción en niños/as adoptados/as internacionalmente