La maternidad y el despertar de nuestras heridas

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La necesidad de revisar nuestra historia personal para promover una crianza suficientemente buena

Antes de entrar en materia me gustaría aclarar que, aunque haya elegido este título, no significa que la maternidad este obligatoriamente ligada al trauma, a las heridas o a experiencias dolorosas. Pero tampoco al mundo ideal, perfecto y de color de rosa.

Lo que sí que puedo afirmar, después de mucho estudio, trayectoria clínica y mi propia experiencia personal (si eres madre o padre sabrás de lo que hablo) es que el camino de la maternidad no deja, para nada, indiferente. Ya desde antes de que llegue el buscado (o no) embarazo, puede experimentarse como una de las experiencias más complejas, desafiantes y transformadoras que podemos experimentar en nuestra vida. Si se toma como una oportunidad de crecimiento, puede suponer un profundo camino de autoconocimiento y reparación.

Esta experiencia puede resultar todavía más compleja cuando, en alguno de los tramos del viaje de la maternidad, se nos despierta aquella niña que fuimos y que todavía vive en nuestro interior. Si nuestra infancia ha sido grata, suficientemente buena, puede que ese despertar de recuerdos se asocie a sensaciones amables, agradables y gratificantes (aunque no libre de retos y dificultades). Sin embargo, cuando este proceso activa traumas infantiles no resueltos, pueden aparecer síntomas diversos (como tensión, insomnio, ansiedad o angustia), desconexión emocional o sentimientos de culpa o poca valía. Todo esto puede afectar tanto el bienestar de la madre como su capacidad de respuesta ante las necesidades del bebé.

Permíteme recordarte, a ti que me lees, que estoy segura de que lo estás haciendo lo mejor que puedes con las herramientas y conocimiento con los que dispones en este momento.

¿Qué son las heridas emocionales?

Imagina que todos y todas tenemos partes que forman nuestra propia “familia o sistema interno”. Tenemos partes emocionalmente heridas, que son aquellas que se quedaron adheridas a experiencias de nuestra infancia, en la cual no teníamos los recursos internos o el apoyo externo necesario para integrarlo o manejarlo, y las vivimos en soledad. Estas experiencias de abuso, abandono, rechazo, desprotección, maltrato o insuficiencia, marcan nuestro camino vital. Son partes que nos conectan con el dolor y el sufrimiento y que, a menudo, quedan rezagadas a la sombra del inconsciente. En los casos más complejos, puede existir trauma del desarrollo, es decir, experiencias dolorosas que se experimentaron en soledad, a una edad temprana, y que superaron nuestra capacidad de afrontamiento de una manera repetida en el tiempo.

También tenemos partes internas protectoras, partes que evitarán, como sea, que volvamos a entrar en contacto con ese dolor y sufrimiento ya conocidos del pasado. Estas partes protectoras se activan ante cualquier detonante que nos conecte con aquella experiencia o herida (no integrada) que reside, a menudo, en el inconsciente. Suelen ser partes autocríticas, perfeccionistas, controladoras, preocupadas, autoexigentes, complacientes, disociadas…

También contamos con partes sanas, aquellas que conservan nuestras habilidades, capacidad de superación y de conectar con la vida.

En el trabajo de integración de partes internas podemos llegar a la reparación y armonía de nuestro sistema interno, sanando el dolor de las partes heridas y sacando a la luz el potencial de nuestras partes protectoras para que puedan servirnos de una manera positiva y funcional en nuestra vida.

¿Por qué la maternidad se nos presenta como una etapa de especial vulnerabilidad psicoemocional?

Ya desde el embarazo, podemos experimentar una creciente sensibilidad emocional y un impulso o necesidad de revisar y comprender nuestros vínculos primarios. Este proceso es parte de lo que denominamos «transparencia psíquica», desde que Monique Bydlowsy (2007) acuño el término. Esto apunta también a la posible reactivación de duelos no resueltos y de nuestras partes heridas, que se trasladan del inconsciente al consciente, y que pueden servir para facilitar la vinculación afectiva con el recién nacido.

Ya desde el segundo trimestre del embarazo, la madre empieza a sentir los movimientos fetales, lo cuál va generado el impulso de creación de la fantasía proyectiva sobre cómo será su bebé y cómo será ella como madre, lo que le lleva a revisar, inevitablemente, la relación con su propia madre o figura primaria. A este proceso se le denomina “representación materna”.

Como señala Klaus, el vínculo madre-bebé empieza a formarse en el embarazo y está afectado por una serie de factores interpersonales y ambientales como son la calidad de la relación de pareja, el apoyo social, la presencia de estresores, la dinámica intrapsíquica sobre cómo se concibe el bebé y sobre todo, la manera en que la madre fue criada por sus figuras parentales (Klaus & Kennell, 1982).

¿Qué siente una persona que presenta trauma emocional?

Los síntomas del trauma son variados y pueden ir desde cambios de humor abruptos, irritabilidad, ira, conmoción, ansiedad, miedo, culpa, vergüenza o desconexión… y se presentan de un modo intenso y sostenido en el tiempo.

Estas respuestas relacionadas con el trauma son incompatibles con la experiencia de vitalidad, el contacto con el placer y el aprendizaje, la vinculación y cierta consistencia hacia los cuidados propios y hacia el/la otrx, aspectos imprescinidbles para un desarrollo psicoemocional saludable en la criatura en sus primeros años de vida. Todo esto puede generar dificultades en la generación de un apego seguro en el hijx.

Cómo sabemos, la teoría del apego de Bolwby (1969-1980) estudia la formación del vínculo entre el/la niño/a y su madre o cuidador/a primario/a y define el impacto de este vínculo en el neurodesarrollo y crecimiento social y emocional de la criatura, estableciendo diferencias entre los estilos de apego seguros e inseguros según haya sido este vínculo. La respuesta de la madre o cuidador/a principal ante la angustia del o la bebé es un aspecto central en la formación de un apego seguro. Cada vez más estudios confirman que el estilo de apego de la madre será un predictor del estilo de apego en el hijo/a, existiendo una transmisión transgeneracional del mismo, cuando no se interviene de manera temprana (Benoit & Parker,1994; Fonagyetal., 1991, Vanljzendoorn, 1995).

Una gran oportunidad de sanación

La buena noticia es que, a pesar de los desafíos que conlleva la maternidad, también es una muy buena oportunidad de sanación cuando en la mochila que cargamos se encuentran experiencias traumáticas no resueltas. La experiencia de ser madre o padre puede ayudar a elaborar y sanar, si se pone intención en ello, promoviendo el crecimiento personal y fortaleciendo la relación con una misma, con el hijx y con el resto del sistema familiar. Este trabajo sentará las bases para la generación de un apego seguro, una estructuración de la personalidad lo más saludable posible en la criatura y una base emocional más sólida.

Ya desde el embarazo, se da un momento idóneo para elaborar aquellos sentimientos que afloran en la madre y que pueden generar malestar, promoviendo una elaboración e integración temprana, quizás más rápida y directa que en otros momentos de la vida.

Este camino será más fácil y llevadero recorrerlo acompañada/o por un/a profesional especializada en la etapa perinatal y en trauma, con quién poder generar un vínculo seguro y respetuoso que nos guíe en el camino. Es en este espacio terapéutico en el que se dará un sostén amoroso y compasivo que recree el que necesita el/la bebé, este nos permitirá elaborar nuestra historia y reparar nuestras heridas, sacando a la luz las partes sanas y funcionales de nuestro sistema interno.

En este sendero, podremos encontrar y poner en práctica una nueva forma de cuidar, tanto de nosotros mismos como de las personas que nos rodean, dejando de perpetuar patrones dañinos y generando una maternidad más conectada con el placer, el disfrute y la conexión.

Iris Gómez Olivié- Psicóloga Sanitaria especializada en Psicología Perinatal y Trauma

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